No sé quién es Jimena. Hace por lo menos tres años o más que asiduamente concurro a esta parrilla y todavía no vi a ninguna mujer atendiendo. Importa poco, porque Lo de Jimena es uno de los pocos lugares que me arriesgaría a calificar como imprescindible dentro de la cocina porteña. Los que me conocen saben que me gusta exagerar, pero a esta altura ya directamente pongo cara de culo cada vez que alguien propone comer en otra parrilla.
Como en todas partes hay mucho que comer. No descubrimos nada nuevo. Pero en Lo de Jimena se encuentra la Sagrada Trinidad que ninguna persona en su sano juicio debería pasar por alto. Son tres platos que se conjugan y complementan para conformar el Voltron, el Megazord de la voluptuosidad gastronómica: el chorizo, el bife de chorizo y el flan mixto. Todo lo demás es entre obviable y bueno en este lugar, pero esta tríada de platos la descose ominosamente en este lugar en particular.
El chorizo es espectacular y abundante como... mejor salteemos esta comparación; el bife mariposa es simplemente perfecto (recomiendo pedirlo jugoso, pero es cuestión de gustos); y si tenés huevos, papi, el flan mixto es un ladrillazo de placer al hígado con copiosidad de crema y dulce de leche.
El lugar es poco más que un garage con mesitas y sillas. Hay un baño cuya puerta no cierra bien, y si usás el mingitorio hay altas chances de que hagas contacto visual con algún comensal mientras te tomás del amigo. Los chinchulines suelen venir demasiado quemados. Las papas no siempre están recién hechas. El mozo son muy confianzudos, cosa que puede ser buena o mala dependiendo de tu gusto. El lugar es barato (con $200 te das una panzada, y podés gastar menos muy tranquilamente) y la zona suma puntos porque todavía es Villa Crespo.
Pero tiene ese chorizo. Ese bife de chorizo. Ese flan mixto. Y se perdona todo aunque a esta parrillita de Villa Crespo no le importe. Porque amar es nunca tener que pedir perdón.